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ISSN 1989-4163

NUMERO 81 - MARZO 2017

Invocación

Alba V. González

Que un pastor alemán te salte encima se piensa como divertido, sin embargo, es un suceso duro para quien lo sufre, ver el shock de quien padece miedo a los perros. Desesperación y nada más, lágrimas en los ojos, los propios. Hablemos de los temores: el agua, las alturas, las aves, el miedo a perderme y más tarde a perderte, los fantasmas, la locura, la enfermedad, a morir o no morir jamás.

En una época donde se enaltece al sujeto, recordar las similitudes es fundamental, nada más común que el miedo. No conozco a nadie que no lo sufra y quien te diga lo contrario miente. Conocí una vez a un hombre uno de los tipos duros que se asumen como islas; saben prescindir de la compañía, pueden arreglárselas en cualquier situación y caminar solos de noche no representa ningún problema, luego les preguntas por la muerte, el vacío y a sus las pupilas las dilata el terror. Hay personas valientes, pero el serlo no significa que no sientan pavor, es tal vez guardárselo para luego dejarlo salir.

El miedo es al mismo tiempo colectivo e individual, nadie lo sufre con la misma intensidad pero la mayoría podrá entender cómo un pensamiento te deja insomne durante sesenta noches.

De dónde viene el terror: del interior. Como todo en la humanidad, es también paradójico que aquello que se teme sea un reflejo de la esencia. No poderse ver a sí mismo, huirle al propio retrato, y es que si alguna vez escuché que el miedo es la ausencia de Dios y lo creí, ahora sé que es más un llenarse de uno, enfrentarse a lo último y pretender seguir cuerdo. Intolerable.

Los miedos son muchos y aunque complicado, algunos son identificados de raíz, esos son los descifrados y hasta simplificados. Convocar para exorcizar. El peor temor imaginable se expresa en una posesión; demoniaca o no, ser poseído por otro significa una pérdida total del control sobre sí, la renuncia de la voluntad y la pérdida del yo. Analizando lo dicho, se entiende que entre enamorase y sufrir una posesión no hay gran diferencia, por tanto, Emily Rose no estaría tan lejana a Julieta Capuleto.

Eso calificado como el peor temor imaginable no termina por ser el amor o enamorarse sino otra cosa, y aunque pudiese denotar una afiliación por imponer voluntad es más la negación de ésta. Es así que el horror fundado por la idea de que un ente se apodere de ti se traduce como la fobia al compromiso, y es que el compromiso es un asunto distinto paradójico en las personas, si existe es sólo con relación a las causas perdidas, una falsa valentía que nace del frío que hiela la sangre al tocar las manos muertas y el deseo inmediato de querer reanimarlas.

El temor puede ser suplido por la culpa, la duda o el arrepentimiento. Paralizadores todos, y no deben confundirse con el instinto de vida, aquél que evita girar para los lados en algún puente o abrir la llave del gas.
¿Es entonces la lucha contra el miedo una batalla perdida? Teorizar sobre la vida es sencillo, reflexionar acerca del error y luego no hacer nada al respecto. Convocar a diario para contemplar sin expulsar. Vivir con miedo no es difícil, quizás es hasta cierto punto seguro y la llamada lucha podría desarrollarse más como convivencia, una que establece límites para definirte y defenderte pero limitantes al fin. Si de la vida lo único que queda son recuerdos debemos desendemoniarnos; acompañarnos de ellos y hacerles creer que han vencido para reconocernos en ellos, luego expandir las fronteras hasta que revienten y vivir, y más tarde extrañarles, porque todo es agradable cuando ya es tarde, incluso el miedo

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Emily Rose

 

 

 

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